El otro día, daba muchas vueltas sobre un texto de Leonardo Da Vinci, donde comentaba que a la técnica se llegaba por la constancia y un acto de la voluntad. El arte se llega por la perfección interna, perfección del alma que vá más allá de la materia y la razón.

En una entrevista que el fotógrafo Javier Arcenillas, concede a la revista Metrópoli, hablaba de ver sin la cámara, de esa necesidad de ver la fotografía, sin el medio; este punto lo he aclamado mil veces, uno de los problemas que encontramos en la fotografía digital, es que los nuevos fotógrafos han olvidado «ver la fotografía», disparo, sino sale bien, lo miro y repito. Asesinamos el instante decisivo de Cartier Bresson. Pero este es un tema que ya he hablado hasta la saciedad.

Pero juntando los conceptos de ambos creadores (creo que a Javier le gustará su compañero de blog en este caso), hay una verdad evidente. Estamos inundados de imágenes, excelentes, buenas, malas y lamentables, pero últimamente en las redes sociales encuentro un exceso de «más de lo mismo», repeticiones de fotografías, donde parece que copiamos unos a otros y publicamos sin más. Siempre he dicho lo que diferencia a un fotógrafo a otro:  su alma creativa. Es un concepto muy sencillo, es el discurso del propio fotógrafo, donde narra de una manera exhaustiva su historia.

Cuando vemos fotografía de Chema Madoz, García Alix, García Rodero y un largo etc, sabemos de quién estamos hablando sin tener que mirar al autor de la imagen. Eso es arte. Por eso defiendo la idea de la fotografía como arte, cuando una obra tiene alma y comunica al espectador una sensación, un sentimiento, va más allá del mero hecho de disparar una cámara; el fotógrafo en estos casos, crea una obra, que con un poco de fortuna trasciende más allá del tiempo.